miércoles, 8 de abril de 2015

AUTOSUFICIENCIA Y ORGULLO, NORMALIDAD ABSOLUTA.


Los medicamentos se empezaron a esparcir por el suelo aprovechando la oportunidad que les brindaba aquel inesperado agujero en la pequeña bolsa de plástico que los portaba. La mujer se agachó y los fue recogiendo uno a uno intentando ignorar los pinchazos procedentes de su maltrecha pierna castigada de forma inmisericorde por la polio en sus años de infancia. Cuando se irguió de nuevo se encontró cara a cara con los rostros inquisitorios del tribunal que la examinaba para determinar su grado de discapacidad. Era la tercera vez que realizaba ese, a su entender, absurdo trámite, así que se limitó a responder con monosílabos y de mala gana las repetitivas preguntas que su jurado particular le hacía acerca de las dificultades que tenía a la hora de andar, asearse, vestirse o subir las escaleras. Sin esperar al formalismo de las palabras de despedida se dio la vuelta dirigiéndose a la puerta de salida con una amplia sonrisa dibujada en su demacrado rostro que acabó por desconcertar totalmente a sus evaluadores. Salió a la calle cojeando y se encaminó a la parada del autobús que la llevaría de vuelta al pueblo, a su casa. Decidió que había sido la última vez, jamás volvería a permitir que nadie le pusiera nota a su sufrimiento por un puñado de miserables monedas.

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