AUTOSUFICIENCIA
Y ORGULLO, NORMALIDAD ABSOLUTA.
Los
medicamentos se empezaron a esparcir por el suelo aprovechando la oportunidad
que les brindaba aquel inesperado agujero en la pequeña bolsa de plástico que
los portaba. La mujer se agachó y los fue recogiendo uno a uno intentando
ignorar los pinchazos procedentes de su maltrecha pierna castigada de forma
inmisericorde por la polio en sus años de infancia. Cuando se irguió de nuevo
se encontró cara a cara con los rostros inquisitorios del tribunal que la
examinaba para determinar su grado de discapacidad. Era la tercera vez que
realizaba ese, a su entender, absurdo trámite, así que se limitó a responder
con monosílabos y de mala gana las repetitivas preguntas que su jurado
particular le hacía acerca de las dificultades que tenía a la hora de andar,
asearse, vestirse o subir las escaleras. Sin esperar al formalismo de las
palabras de despedida se dio la vuelta dirigiéndose a la puerta de salida con
una amplia sonrisa dibujada en su demacrado rostro que acabó por desconcertar
totalmente a sus evaluadores. Salió a la calle cojeando y se encaminó a la
parada del autobús que la llevaría de vuelta al pueblo, a su casa. Decidió que
había sido la última vez, jamás volvería a permitir que nadie le pusiera nota a
su sufrimiento por un puñado de miserables monedas.
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