miércoles, 8 de abril de 2015

UTOPIAS

La primera vez que oyó comentarios al respecto, calificó la noticia como una solemne estupidez. Con el paso del tiempo, su opinión se fue transformando hasta llegar a ser de un moderado escepticismo. Por eso, las primeras veces que se topó con alguno de ellos, el único sentimiento que le afloraba era el de la desconfianza. Pero el pueblo seguía siendo soberano y enseguida acabó aceptando a aquellos androides que estaban creados para suplantar a los seres queridos que, por ley de vida, iban falleciendo. La idea, poco a poco, le iba dejando de ser tan descabellada. Sobre todo al ver pasear a sus vecinos llenos de alegría con aquel hijo que perdieron en un trágico accidente. O al contemplar como su mejor amigo volvía a esbozar aquella sonrisa plena de amor cuando salía con la pareja que una maldita enfermedad le arrebató. Un pensamiento, cual estrella fugaz, atravesó rápido  su cerebro y lo desechó con celeridad moviendo enérgicamente la cabeza como si fuera una verdadera locura. Pero aquella noche ya no pudo conciliar el sueño y le siguió dando vueltas al asunto durante un tiempo. Hasta que un día se animó y se acercó sin vacilar a aquella empresa que tanto éxito estaba obteniendo con el invento. El recuerdo de su padre continuaba muy latente en su interior y no se pudo resistir a la tentación de poder tenerlo otra vez a su lado, como antaño.
Se lanzó de lleno a aquella posibilidad y aportó, ya plenamente convencido, todo el material (fotos, grabaciones y un exhaustivo historial de usos y costumbres de su progenitor) que la compañía le solicitó. Al ir a recoger su “pedido”, unas lágrimas de felicidad rodaron por su mejilla. El parecido era extraordinario, la voz era exactamente la misma y, de vez en cuando, incluso soltaba aquella risa tan característica que tanto alegraba a toda la familia.
Esa noche salieron a cenar a su restaurante favorito y, fieles a su costumbre, se quedaron hasta la madrugada siguiendo con atención ese programa deportivo que tanto les entusiasmaba. El hombre miraba al padre resucitado embelesado y temiendo que aquello fuera un simple sueño que acabara transformándose en una  pesadilla tras un cruel e inesperado despertar.
Durante algunas semanas, parecía que todo volvía a ser como antes, pero pronto entendió que no podría ser realmente así. El androide solo respondía con repetitivos monosílabos y era totalmente imposible poder mantener una conversación decente con él.
Estuvo durante tres o cuatro días inmerso en unas intensas batallas internas en las que su corazón y su cabeza debatían profundamente para intentar llegar a un acuerdo de cara a alcanzar la solución más razonable a aquel complejo dilema.
Al final, se hartó de aquella máquina le siguiera a todas partes como si fuera un vulgar juguete y decidió devolverlo para que fuera convenientemente destruido. Argumentó que lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible.


Juingo

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