La habitación de siempre
Sacó la botella de whisky de malta de 18 años y le
dedicó una mirada con sabor a despedida. Apuró de un trago su primer vaso y
abrió las puertas del balcón frente a la playa desde donde, años atrás, conoció
al que luego sería el amor de su vida. El líquido bajaba por su garganta como
si fuera un torrente de lava incandescente, pero al hombre no le importó porque
ya nada le podía hacer más daño que el irreversible mal que habitaba en su
interior. Se recostó en una cómoda hamaca volviendo a llenar el vaso y encendió
el espectacular habano adquirido especialmente para la ocasión. Cerró los ojos
y, entre sorbo y calada, evocó todos los buenos momentos vividos juntos durante
tantas y tantas visitas a aquel mismo hotel. Una última lágrima rodó por su
mejilla reviviendo el momento en el que esparció las cenizas de su fiel
compañera en el mar que ahora le contemplaba acompañándole durante ese emotivo
instante. Poco después, se adentró en el agua ignorando la frialdad de los días
de Marzo y caminó decidido hacia adelante albergando la esperanza de ser
rescatado de aquella oscuridad que ya le empezaba a envolver por un beso de su
amada convertida en una hermosa sirena. A la mañana siguiente, unos
trabajadores declaraban como al amanecer un hombre cabizbajo se fundía con el
Mediterráneo para emprender un viaje sin retorno.
Juingo
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