Tiqui-Taca
Era dieciséis de
agosto, pero para todos ellos acababa de comenzar el verano. Llevaban un año
esperando la llegada de estos días y ya lo celebraban reglamentariamente
tumbados en sus toallas. Miraban con ansiedad aquellas olas que los reclamaban
sin cesar con sus armoniosos cantos de sirena. Se reencontraron con alegría con
los colegas del pueblo y entre animadas conversaciones alguien empezó a dar
pataditas a un balón. De repente, los saludos cesaron y un lugareño lanzó un
reto al aire: “Quillo, ¿y si echamos un Barbate-Resto del Mundo?”. La arena de
la playa estaba en perfectas condiciones para jugar y comenzó el partido. Los
forasteros empezaron con fuerza y quisieron contrarrestar el arte de la escuela
andaluza con alguna que otra entrada terrorífica. Mientras, los barbateños se
miraban entre ellos sorprendidos ante los larguísimos cambios de juego del
equipo contrario (“picha, que no estamos en el Bernabéu cohones”). Hasta que
llegó la jugada decisiva.
David oyó con
nitidez aquel crujido portador de la mala noticia de la rotura de su músculo,
pero lo ignoró embelesado por la perfecta trayectoria que describía la bola camino
de ser rematada por alguno de sus amigos. Lo intentó primero Oscar, con una
mezcla de chilena y salto del tigre, para acabar aterrizando con estrépito y
lastimándose una costilla, la cual seguiría dándole la lata durante el resto de
las vacaciones. El esférico continuó con su vuelo libre hasta que Luis dispuso
su apolínea figura para intentar amortiguarlo con el pecho, pero un pequeño
error de cálculo propició que rebotara en su prominente barriga cervecera y
cayera totalmente inerte al suelo. El último componente de aquella excelsa y
exquisita delantera era Pedro, que pensó que una pelota mansa delante suya era
una irrechazable invitación para efectuar una espectacular rabona para intentar
salvar la ya lamentable jugada de ataque. Pero la mala suerte quiso seguir
cebándose con aquel equipo de ensueño haciendo que el impacto se centrara
exclusivamente en la pierna de apoyo del delantero, dejando de regalo un par de
uñas clavadas que provocaron una vistosa y sangrante herida.
Después de esta serie de
infortunios, es evidente que el resultado del partido carecía ya de la menor
importancia, así que, para que la historia quede coronada con un merecido final
feliz, añadiremos a nuestro gusto unas cuantas rondas de heladas cervezas y
reconfortantes raciones de manjares del lugar para que todos terminaran cantando aquello de:
“ Alcohooooooolll, Alcohoooooooollllll”…
Juingo
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