En un hospital de Cáceres, tres personas (un inglés, un
francés y un alemán), de paso por la zona, se quejaban de sus respectivas
dolencias a un médico de la región. El doctor, abrumado ante tanta demanda, les
rogó su confianza pidiéndoles que se vendaran los ojos porque los iba a llevar
a un lugar mágico. Al llegar, aún sin ver nada, le puso a cada uno en la mano
algo que sería su mejor medicina. El inglés, profundamente estresado, comió lo
que tenía y al momento se calmó y se sintió relajado y feliz. El francés,
aquejado del corazón, hizo lo mismo y enseguida sus latidos recobraron una
placentera normalidad. El alemán, con una molesta artritis, notó al tragar
aquello que los dolores salían de sus huesos. Los tres coincidieron en el
exquisito sabor que tenía lo que habían comido. El médico les quitó la venda de
los ojos y dijo que miraran a su alrededor explicándoles qué era lo que les
había dado. Admirados por tan sublime paisaje, desde entonces pregonaron las
excelencias de la picota del Jerte allá por donde fueron.
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