miércoles, 8 de julio de 2015

Miedo

Por segunda vez en lo que va de noche, llora. Tras el reencuentro, después de cuatro años sin vernos, atribuí su llanto a una mezcla de alegría y sorpresa porque se hubiera dado la inesperada coincidencia de vernos en un bar de copas escondido en el paseo marítimo de aquel pueblo castigado por la tristeza y oscuridad del duro invierno.
Iniciamos una rápida conversación con infinidad de interrupciones por parte de ambos, donde descubrimos como cientos de palabras se agolpaban deseosas de salir despedidas como una forma de recuperar el tiempo desde que rompimos la relación. Luego nos enfrascaríamos en aquella absurda guerra donde nuestra única forma de atacarnos era mediante largos e implacables bombardeos de silencio.
Cuando nos pusimos al día respecto a la actualidad de nuestras vidas, pude comprobar que no es feliz. Mientras yo camuflaba mi monótona existencia con algún que otro falso flirteo, aquel torrente de agua salada corrió por su mejilla de forma fugaz.

Ahora tengo miedo de que callen las bocas y hablen los ojos porque sé que me uniré sin remisión a sus lágrimas.

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