Las altas esferas de la
abogacía le consideraban un fenómeno como profesional y como persona. Eran
poderosas razones para que no hubiera tenido excesivos problemas para
conseguirle asilo a la mujer que se escondía tras unos ojos azules que le
encandilaron desde el primer instante. Por ellos llegó hasta el punto de
empadronarla en su domicilio para proporcionarle una dirección fiscal. Miró de
reojo por enésima vez el calendario que le recordaba sin piedad que se cumplían
dos meses desde que ella desapareció. Intentaba disimular su tristeza
repitiéndose aquello de: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.
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