LA CABALGATA
Las ventanas de las
habitaciones se abrieron de par en par aprovechando la extraña bonanza
climática de aquel mes de febrero. La música que llegaba del exterior, tapaba
así cualquier atisbo de ruido procedente de aquella silenciosa cabalgata. Todo
valía para el desfile: sillas, una tabla de un mostrador roto a modo de
improvisada carroza o alguna cama de los que tenían dificultad para moverse por
sí mismos y no querían perderse el evento. En la calle, la comitiva se fue
alejando, pero ya era más pequeña, porque la alegría se quedó impregnada en los
rostros de todos los pequeños ingresados en aquella planta del hospital.
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