La cita.
Salí de casa dispuesto a cumplir mi misión como llamador
de los tripulantes de la embarcación. A pesar de la temprana hora, todos
contestaron al primer aviso y se prepararon con celeridad para la salida.
Aunque el ensordecedor ruido de la vieja moto delataba mi deambular por las
calles del pequeño pueblo, no era esa la razón de sus rápidas respuestas. Ya estaban despiertos porque todos tenían en su cabeza la
melodía que la mar les hacía llegar con el viento para concertar su próxima
cita.
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