Al
oír el timbre, el niño puso los ojos como platos intuyendo que le traían más
material para nutrirse de su desmedida pasión. La madre acudió a la entrada y
abrió con resignación. Esta vez era Juanita quién venía a deshacerse de algo
que lo que hacía era ocupar espacio para dárselo a Manolín, sabiendo que al
chico le encantaban todo tipo de tebeos y cómics. Despidió a la solícita vecina
y le llevó el regalo a su hijo. Al cerrar la puerta, bromeó acerca de si algún
día saldría de aquella habitación Anacleto, Rompetechos o Mortadelo.
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